Recuerdo la pasión que sentía cuando jugaba con mis LEGO. Cada bloque era un lienzo en blanco para crear lo que quisiera. Desde una nave espacial en la cual escapaba del aburrimiento hasta un castillo donde el Ogro no lograba entrar. Muchas cosas definitivamente se aprenden solo haciendo.
Lo mismo ocurre con el aprendizaje. Durante estos 12 meses que llevamos enfrentando la pandemia en Costa Rica, he visto de primera mano el esfuerzo significativo que se ha puesto para lograr una educación virtual de calidad. Las universidades e instituciones educativas echaron mano de recursos creativos para generar un aprendizaje significativo en sus estudiantes.
Las sesiones virtuales se volvieron LABORATORIOS DE IDEAS donde todo era puesto a prueba, se experimentaba con nuevos recursos tecnológicos, plataformas y métodos más creativos e innovadores. Aquel profesor que pensó que dar clases virtuales frente a una cámara como lo hacía en su salón de clases, rápidamente entendió que no podía seguir haciendo lo mismo.
El estudiante necesitaba aprender haciendo y la internet iba a ser su taller. Que se necesitaba imaginación y una guía adecuada. El nuevo docente se transforma en un facilitador que acompaña a sus estudiantes y los motiva a crear su propio conocimiento a través de actividades significativas. Aquello de dar clase magistral no cabe en la nueva normalidad.
Nuestra clase debe estar enfocada en propiciar ambientes creativos e innovadores, llenos de pasión y apertura, donde sea posible aprender haciendo, donde cometer errores está permitido porque para eso es la escuela, para preparar a los futuros profesionales. Ciudadanos globales, capaces de ser sensibles y entender su entorno a través de todos sus sentidos, comprendiendo y compartiendo, haciendo el conocimiento.
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